El camino escolar. La mirada liliputiense de la ciudad
Salgo de casa con la bolsa colgando, el ordenador en el otro hombro y un niño en cada mano. Lo mejor es salir con tiempo, sin prisa pero sin pausa, y haciendo como cada mañana el camino hacia la escuela.
A menudo nos encontramos a Jordi y a Lorena, los de la droguería, que nos saludan sonrientes abriendo su tienda; José, el portero del bloque del lado, barriendo la acera; encaramados sobre el muro, mis hijos miran las mesas del bar y hacen un guiño a los camareros; Lourdes, la peluquera, está intentando aparcar y nos pita a modo de saludo… Como un enjambre de abejas, todos nos apresamos hacia nuestras respectivas rutinas. Son la gente del barrio, caras amigas, caras conocidas, caras para descubrir a primera hora de la mañana.
Por la tarde será lo mismo, pero a la inversa. Entonces el camino es de bajada y la peluquera, los del bar, José el portero, Lorena y Jordi y todos los demás sabrán que los niños bajan en carrera. Niños y mayores ríen y ríen, y quien no lo sabe abre los ojos como naranjas, asustados. Los pequeños ya saben dónde deben parar o tienen que ir lentos –por una acera en mal estado, un paso estrecho, el giro de un autobús…-. Obvio enseñarles. Pero aún así, ha habido sustos y sabes perfectamente dónde están los puntos “negros”. Es más, entre unos y otros nos comentamos donde están y nuestras visiones sumadas forman un mapa de percepciones nada despreciable para entender la movilidad del barrio.
El crecimiento de la ciudad ha ido encaminado des de una óptica individualista para acomodarnos en un estilo de vida particular, de puertas hacia adentro y, en las calles, priorizando los coches y la movilidad rodada. Moverse a pie por la urbe, el barrio o tus calles más cercanas, puede ser una carrera de obstáculos en vez de un plácido paseo. Recuperar el espacio público para los peatones, recobrando así un espacio dónde el ciudadano es el protagonista, es fundamental para conseguir un entorno favorable para estar, vivirlo y gozarlo. Nos vemos abrumados por el tránsito y echamos en falta aquél “aire de pueblo” dónde las relaciones humanas pasaban en el exterior. Nos gusta sentirnos parte del barrio, que podamos andar y platicar con los vecinos, usar la calle, sus plazas, sus esquinas. Conseguir este ambiente tiene mucho que ver en “cómo” se urbaniza, pero también conocer el interés de la ciudadanía de “cómo” usarlo. Es, sin duda, una alianza interesante donde el urbanismo se da la mano con la sociología o la psicología social.
Y esto des de una óptica adulta … ¿cómo se deben sentir los más pequeños? ¿y los mayores responsables de éstos pequeños? ¿en qué debemos intervenir para favorecer espacios que inviten a la convivencia y a su uso relacional?.
Vivo en un barrio pequeño, a la ladera de dos colinas y que significa que de punta a punta haya 150 metros de desnivel. La movilidad en el barrio es complicada, hecho se ha creído imprescindible que sea el primer punto a abordar en su planificación futura: el aparcamiento, el transporte público, las aceras y los itinerarios tendrán que debatirse junto a una propuesta de padres y madres de la escuela del barrio: crear un camino escolar.
Una experiencia que en otras partes de Barcelona y en diferentes sitios del Estado Español ha sido un éxito. Deberemos aprender de ellas.
Repensar el urbanismo para fomentar la autonomía de los más pequeños
Una de las pérdidas del crecimiento de la ciudad ha sido la vida en la calle, para todas las edades, con la percepción de inseguridad es mayor: no solo en el crecimiento del tránsito, con inconvenientes para conciliar entre peatones y coches, sino también con la certeza que no son espacios “seguros” para que los críos anden solos por ahí.
Pensar el urbanismo des de la óptica de los más pequeños puede ser una buena inversión en seguridad. Y la experiencia del camino escolar no sólo implica hacer itinerarios seguros en tanto que urbanismo sino implica a diferentes colectivos sociales que “acompañan” en este itinerario para completar esta seguridad.
Hacer que los niños hagan el camino des de casa hacia la escuela solos es un grado para su autonomía, sentirse mayores, una inversión en su crecimiento y una aportación social